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Theatre - Editorial - Article | by Antonio Leto in Theatre - Editorial on 26/05/2008 - Comments (0)
 
 
El arte invisible

"Es un destino muy extrano de verdad lo de aprender un arte para que no se vea nada de eso"
Decroux - Palabras sobre el Mimo

 
 

"Es un destino muy extraño de verdad lo de aprender un arte para que no se vea nada de eso"
Decroux - Palabras sobre el Mimo

Yo he mencionado Ètienne Decroux porque, aunque queriendo mantenerme lejos de hacer interesantes discursos sobre el método y la técnica del actor, sin embargo, siento la necesidad de demostrar mi simpatía por el gran mimo, actor, director y teórico francés antes de empezar cualquier discurso sobre el teatro, la danza y la recitación en general.
Además, sólo para aclarar mis intenciones y mi punto de vista, sigo pidiendo que el teatro es lo que ocurre "aquí y ahora" por delante de al menos un espectador en un espacio definido, no queriendo llevarme más allá del limite ya provocatorio del genial P. Brook, teniendo en cuenta el caso de la ausencia del espectador. Incluso en estas condiciones esquemática se pone el problema de la existencia de un área oculta a la percepción del espectador. Es precisamente esta parte no observable y oculta del teatro que ejerce una irresistible encanto. El "entre bastidores", la zona oscura de la cueva, el mundo exterior, el guión lleno de garabatos, el manejador de muñecos y sombras chinas.

Los niños que miran una tela en la que se proyectan las sombras, después de poco tiempo saltan en pie para ir a ver lo que ocurre detrás de la tela. Por el contrapaso, el terrible destino de la gente de teatro, entendida en su sentido mas amplio, no sólo como actores sino como personas que trabajan para un espectáculo, es que seguirá siendo incapaz de asistir en cualquier manera a sus espectáculos, su labor, por lo menos no en la forma en que usted asistirá al espectador. En este sentido, el teatro es una ilusión peligrosa.

Películas y grabaciones no ayudan, confunden las ideas, y contribuyen a filtrar las soluciones mas fotogénicas. Y los que se ocupan en cine saben cómo la luz es una tarea difícil y un importante elemento en la grabación de una escena teatral.

Por esta imposibilidad de verse desde el exterior hay la necesidad de tener un espectador, posiblemente con experiencia de actor, que viendo el espectáculo desde el exterior,
puede adaptar en una especie de mixer humano, colores, expresiones, intenciones, gestos y voces de los actores, luces, sonidos y captando todos los defectos de correger, incluso aquellos que sólo podría ver un otro actor, o el mas experto de los prestigiadores. El capocomico, el director, el coreógrafo, el director musical ...

Si, por un lado, hablar de arte involuntaria es sin duda una paradoja, por otra parte, y como consecuencia de ello, no se puede hablar de una obra de arte sin intención.
Incluido cuando la intención del artista es no tener intención, o ocultar su intención, o más artísticamente esfumar y mezclar todos sus tonos en acciones surrealistas y no
de todos los días. Este último caso es muy raro en el teatro y, mágicamente , cuando esto suceda, no se quiere salir más. En el momento del entrenamiento y de la creación puede tener sentido experimentar y probar, pero en el momento de la puesta en escena final ya se debe haber creado y resuelto. Esto sigue siendo válido incluso en el teatro de improvisación y en todas las formas de teatro en la que la relación entre la intención y la acción se interpreta de una manera creativa o revolucionaria.

Este discurso podría ser considerado como fin en sí mismo cuando el objeto inanimado, en el teatro que ha sido siempre lugar de encuentro de lo mejor que todas las demás artes pueden ofrir, fue sólo el telón, la máscara, un simulacro de hombre manejado de hilos, una rotación de una macroscópica maquina escénica, o el efecto envolvente (surround) , o los terribles micrófonos color carne o los hechizos de un mago, y incluso el cine, ultracentenario y último en llegar sobre una tela de tul transparente, en el vasto muestrario del "deus ex machina".

Pero ahora, desde hace algún tiempo, hablamos de tecnología y tecno-actores de teatro, el actor se ha quedado atascado entre tecno-hondas de cuero negro, de estilo un poco ciber-punk y un poco sado-maso, para tener el control en tiempo real de otros actores o monstruos virtual proyectados en maxi-pantallas.

Es emocionante este impulso del tecno-director para el actor virtual y aparentemente perfecto y manejado de cables invisibles, y entiendo muy bien el actor que por la ética de su profesión y la situación económica de hoy en el teatro no retirarse antes de cualquier cosa, incluyendo este negro mono que yo mismo quería probar y llevar.

Pero entonces, de acuerdo con esta línea, uno podría pensar que en Second Life, donde en Febrero 2008 fue representado por la primera vez el Hamlet de Shakespeare con actores virtuales, ya están haciendo la historia del teatro, mientras aquí en la vida real sólo vamos a pretender de hacer teatro. De hecho, estoy casi seguro que muchos directores están ya soñando para plantar en sus actores microchips neuronales que anulen la voluntad para hacerlos perfectas marionetas en carne y huesos. Mas bien, quizás ya es así y no lo sabemos?

Cada hombre puede explorar, durante su vida, las infinitas posibilidades de la existencia. Queda entonces a elegir entre dos caminos, que hoy se denominan "virtual" y "real" y que cuando no existía la informática se llamaban "poder" y "acto" sino también "cuento" y "vida", "mito" y "historia" y que mañana, a causa de sus naturaleza intrínsecamente dinámica, serán mutados varias veces uno en el otro, cada uno en su propio contrario, en un continuo movimiento que persigue un doble hélice o "precesión de simulacros" sólo para mencionar J. Baudrillard. La usual quimera, en definitiva. En este dualismo "verdadero o falso" "virtual o real" el actor sigue siendo expuestos en su totalidad real o supuesta porqué el actor se haga de la voz, la carne, los huesos y la piel sudada. El actor también tiene una historia personal, una vida, una memoria, una inteligencia racional y una emocional, todas las cosas que son parte de aquel invisible motor dentro de la "máquina actorial", el arte que se debe dejar de lado, que no se debe ver, la de que habla Decroux, que pero a veces traiciona sólo a través de un sentido, tenido poco en cuenta de los grandes medios de comunicación, que es el olor.

El teatro ha muerto muchas veces, especialmente en los últimos 100 años, por mano y boca de sus propios grandes innovadores que eligieron legítimamente, en mi opinión, esta imagen de la resurrección para encontrar nuevas vías de expresión, y como una fantástica Araba Fenix el teatro ha encontrado, cada vez, nuevas energías en estas cenizas.

Entre muchos de los grandes teóricos quiero sólo mencionar, por ejemplo, J. Grotowskij, el más incomprendido de todos, que en el inicio de los años '70 solía decir con gran transporte emocional que el teatro, tal como se conocía, estaba muerto y que era necesario hacer frente a otra cosa, por ejemplo a "las interacciones entre las personas en una situación en la que podrían liberarse de las máscaras sociales". Entonces algunos se vistieron todos de negro como cuervos de mal agüero, y se
canalizaron en una idea mortal y auto-destructivas de un presunto teatro grotowskiano, donde se grita mucho, y el público debe sufrir penurias y asaltos. Otros, y son los más interesantes sin embargo, realmente han empezado a cuestionar y discutir esta y otras cuestiones planteadas por el gran teórico, llegando después de un largo trabajo, como deben ser todos los verdaderos trabajos de investigación, a nuevos y emocionantes resultados.

Ahora en los albores del nuevo milenio se encuentran los habituales empujones mortales que ven en el teatro, un viejo moribundo digno sólo de ir acompañados con incomprensible y oscura música fúnebre y accesible sólo por un público entendido. Pero el teatro no morirá aún esta ves, pueden morir directores, críticos, teóricos, pueden colapsar los lugares del teatro especialmente aquellos con una mala acústica, y los que existen solo para recoger dinero para los municipios mafiosos y sin escrúpulos.

El teatro existe y seguirá existiendo hasta que haya un espacio, una audiencia, posiblemente aún no contaminados por discursos como este que termina aquí, tal vez sólo los niños y adolescentes, algunos adultos con el síndrome de Peter Pan (gran invención teatral, para aquellos que recuerdan, de JM Barrie 1860-1937), buenos actores, y el placer de estar juntos y jugar a hacer el verso al mundo, en un ritual que siempre seguirá, a pesar de todo, ejerciendo un irresistible encanto y, sobre todo, lleno de misterio.

 
L'arte invisibile

"E’ davvero uno strano destino quello di studiare un'arte affinché non se ne veda nulla"
Decroux - Parole sul Mimo

 
 

Ho citato Ètienne Decroux perché, pur volendomi tenere molto lontano da interessanti discorsi sul metodo e sulla tecnica dell'attore, sento comunque il bisogno di manifestare la mia simpatia per il grande mimo, attore, regista e teorico francese, prima di cominciare qualunque discorso sul teatro, sulla danza e sulla performance in genere. Inoltre, giusto per chiarire le mie intenzioni ed il mio punto di vista, continuerò a chiamare teatro ciò che avviene “qui ed ora” davanti ad almeno uno spettatore in uno spazio definito, non volendomi portare oltre l'estremo già provocatorio del geniale P. Brook, considerando anche l'assenza dell'unico spettatore. Anche in queste condizioni schematiche si pone il problema dell'esistenza di uno spazio nascosto alla percezione dello spettatore. È proprio questa parte non osservabile e nascosta del teatro ciò che spesso esercita un fascino irresistibile. Il “dietro le quinte”, la zona buia della caverna, il mondo di fuori, il copione pieno di scarabocchi, il puparo, il manovratore delle ombre cinesi.
I bambini che osservano un tendone su cui vengono proiettate le ombre, dopo un po' scattano in piedi per andare a vedere cosa succede dietro il telo. Per contrappasso il terribile destino dei teatranti, intesi in senso ampio non solo come attori, ma come coloro che lavorano ad uno spettacolo, sarà sempre di non poter assistere in nessun modo al proprio spettacolo, alla propria opera, almeno non nel modo in cui vi assiste un qualunque spettatore. In questo senso il teatro è una pericolosa chimera.

Filmati e registrazioni non aiutano, confondono le idee, e contribuiscono a filtrare in fase di produzione le soluzioni più fotogeniche e cinematografiche. E chi si occupa di cinema sa quanto la luce sia un elemento difficile ed importante nella ripresa video di una scena teatrale. È inquietante pensare che molte selezioni di spettacoli per premi e festival oggi avvengano soltanto tramite la visione di un filmato.

Da quest'impossibilità nel vedersi dall'esterno nasce la necessità di avere almeno uno spettatore, possibilmente con esperienza attoriale, che osservi lo spettacolo dall'esterno, regolando in una sorta di mixer umano i colori, le espressioni, le intenzioni, i gesti e le voci degli attori, le luci, i suoni, e captando tutti i difetti da correggere, anche quelli che potrebbe vedere solo un altro attore, o il più consumato dei prestigiatori. Il capocomico, il regista, il coreografo, il direttore musicale...

Se da una parte parlare di arte involontaria è decisamente un paradosso, dall'altra, come conseguenza, non si può parlare di arte senza intenzione. Anche quando l'intenzione dell'artista è non avere intenzione, o nascondere l'intenzione, o più artisticamente sfumarne e mescolarne tutte le tonalità in azioni surreali e non quotidiane. Quest'ultimo caso è veramente raro a teatro e, magia delle magie, quando questo capita non ti vorresti più alzare dalla sedia. In fase di allenamento e creazione può avere senso sperimentare, cercare, provare, ma nel momento della messa in scena finale bisogna già avere creato, risolto e trovato. Questo resta valido anche nel teatro di improvvisazione ed in tutte quelle forme di teatro in cui il rapporto tra intenzione ed azione viene interpretato in modo creativo o rivoluzionario.

Questo discorso poteva anche sembrare fine a se stesso quando l'oggetto inanimato, a teatro, da sempre luogo di incontro di quanto di meglio tutte le altre arti hanno da offrire, era solo il sipario, la maschera, o un simulacro d'uomo manovrato da fili, o un macroscopico marchingegno di rotazione delle scene, o l'effetto surround, o i terribili microfoni a bacchetta color carne o il trucco da prestigiatore, o anche il cinema, ultracentenario ultimo arrivato su un telo di tulle trasparente, nel vario campionario del deus ex machina.

Ora però, da qualche tempo, si parla di tecno-teatro e tecno-attori, l'attore viene infilato in tecno-imbragature di pelle nera, un po' cyberpunk ed un po' sado-maso, per fargli avere il controllo in tempo reale di altri attori virtuali o di mostri proiettati su maxi-schermi.

È avvincente questa spinta del tecno-regista verso l'attore virtuale ed apparentemente perfetto, manovrato da fili invisibili, e capisco benissimo l'attore che vista l'etica del mestiere e la situazione economica del teatro oggi non si tira indietro davanti a nulla, compresa la suddetta tutina nera che io stesso non vedrei l'ora di provare ed indossare. Ma allora, stando su questa linea, si potrebbe pensare che su Second Life, dove a Febbraio del 2008 è andato in scena il primo Amleto di Shakespeare tutto con attori virtuali, stanno già facendo la storia del teatro mentre qui su Real Life facciamo solo finta di fare teatro. In effetti, sono quasi sicuro che molti registi stiano già sognando di impiantare sui loro attori dei microchip neuronali che ne annullino la volontà rendendoli dei perfetti burattini in carne ed ossa. Anzi, magari è già così e lo sanno in pochi?

Ogni uomo può esplorare durante la sua vita le infinite possibilità dell'esistere. Resta poi da scegliere tra le due strade, che oggi si chiamano "virtuale" e "reale" e che in un'epoca non-informatica erano "potenza" e "atto", ma anche "racconto" e "vita", "mito" e "storia", e che domani, a causa della loro natura intrinsecamente dinamica, si saranno trasformate diverse volte l'una nell'altra, ovvero ognuna nel proprio opposto, in un continuo moto di mutuo inseguimento in doppia elica o di "precessione dei simulacri" giusto per citare J.Baudrillard. La solita chimera, insomma. In questo dualismo "vero/falso" "virtuale/reale" l'attore continua ad esporsi nella sua interezza reale, o presunta tale, l'attore è fatto di voce, carne, ossa e pelle sudaticcia. L’attore ha anche una storia personale, una vita di relazione, un'intelligenza razionale ed una emotiva, tutte cose che fanno parte di quell'invisibile motore interno della "macchina attoriale", di quell'arte da mettere da parte, che non si deve percepire di cui parla Decroux, ma che a volte si tradisce anche solo per mezzo di un senso, un po' bistrattato dai grandi mezzi di comunicazione, che è l'olfatto.

Il teatro come altre discipline umane è morto molte volte, specialmente negli ultimi 100 anni, per mano e bocca dei suoi stessi grandi innovatori che scelgono legittimamente, a mio parere, questa immagine della resurrezione per trovare nuove strade espressive, e come una fantastica Araba Fenice il teatro ha effettivamente tratto, ogni volta, nuove energie da queste sue ceneri.

Fra tanti grandi teorici citerò solo, a titolo di esempio, J. Grotowskij, il più frainteso di tutti, che all'inizio degli anni '70 era solito dire con grande trasporto emotivo che il teatro così come si conosceva allora era morto, e che bisognava occuparsi di qualcos'altro, per esempio delle “interazioni tra le persone in una situazione in cui si possa liberarsi dalle maschere sociali”. Alcuni, sentendo questo, si sono vestiti tutti di nero come dei corvacci del malaugurio, e si sono incanalati su una spinta mortale ed autodistruttiva di un presunto teatro grotowskiano, dove si urla tantissimo, ed il pubblico deve patire stenti, vessazioni, ed aggressioni varie. Altri invece, e sono i più interessanti, hanno cominciato autenticamente ad interrogarsi e confrontarsi su questo ed altri temi posti dal grande teorico, arrivando, dopo un lavoro lungo come deve essere ogni autentico lavoro di ricerca, a risultati nuovi ed avvincenti.

Ora all'alba del nuovo millennio ci sono le solite spinte mortifere che vedono nel teatro, un vecchio moribondo e logorroico degno solo d'essere accompagnato da cupe ed incomprensibili musiche funerarie ed accessibile solo ad un pubblico colto. Ma il teatro anche questa volta non morirà, possono morire i registi, i critici, i teorici, possono crollare i luoghi del teatro specialmente quelli con una pessima acustica, e fatti solo per fare incassare soldi ad amministrazioni comunali mafiose e senza scrupoli.

Il teatro esiste e continuerà ad esistere finché ci saranno uno spazio, un pubblico possibilmente ancora non contaminato da sproloqui come questo che qui si conclude, forse solo bambini e ragazzi, qualche adulto con la sindrome di Peter Pan (grande invenzione teatrale, per chi si ricorda, di J.M. Barrie 1860-1937), qualche attore bravo, ed il piacere di stare insieme e giocare a fare il verso al mondo, in un rito che continuerà sempre e nonostante tutto ad esercitare un fascino irresistibile e, sopra ogni cosa, pieno di mistero.

 


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Copyright in Italy and abroad is held by the publisher Edizioni De Dieux or by freelance contributors. Edizioni De Dieux does not necessarily share the views expressed from respective contributors.

Bibliography, links, notes:

Pen:

Antonio Leto

Bibliography:

Parole sul Mimo - Etienne Decroux - Dino Audino Editore

Lo spazio vuoto - Peter Brook - Bulzoni Editore

Links:

Intervista a Francois Kahn di Laura Peduzzo e Matilde Politi su Succoacido N.3 Ottobre 2001

La nascita del tecnoattore? Alcune note su I racconti del Mandala di Oliviero Ponte di Pino su Ateatro

Per un teatro politico tecnologico Konic thr e il nuovo spettacolo NOU I_D con un’intervista inedita a Rosa Sanchez e Alain Baumann di Anna Maria Monteverdi

 
 
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