Después de treinta años de vida, el Teatro delle Albe sigue siendo un punto de referencia fuerte para el arte teatral italiano. Profundamente arraigado en Ravenna, no corre nunca el riesgo de estabilizarse, más bien viaja siempre más lejos. Un teatro en evolución, como si viviera siempre el amancer de una nueva experiencia. Marco Martinelli, cofundador de la compañia, nos habla de belleza y felicidad, de su compromiso con los adolescentes que asisten a los cursos de la non-scuola en todo el mundo, del peligro que corren los adultos si pierden todas las ilusiones. De una idea de teatro que pueda ser todavía revolucionario.
SA: Hola Marco. ¿Te apetece presentar el Teatro delle Albe y a tí mismo a los lectores de SuccoAcido? MM: Somos una compañia nacida en Ravenna en 1983. La fundamos cuatro personas: Ermanna Montanari, Luigi Dadina, Marcella Nonni y yo. Estamos juntos todavía, pero ya no somos cuatro sino 35 y del Teatro delle Albe ha nacido Ravenna Teatro. En poco tiempo más vamos a cumplir treinta años, una buena meta. Nos gusta la lealtad, dar confianza, a condición de estar despiertos y enamorados aún, a condición que aún nos guste arriesgarnos, involucrarnos, escuchar las canciones de los niños, entregados todavía al camino acalorado que lleva desde la idea a la obra.
SA: ¿Por qué el nombre Teatro delle Albe? MM: El nombre es importante, es una marca, es una bandera, y nosotros queríamos un nombre que fuera señal de vida. Alrededor de nosotros hay mucha muerte, mucha decadencia, en el arte así como en la sociedad. La vida se opone, y grita, y canta su derecho a la felicidad. El teatro es su medium.
SA: Ermanna Montanari y tú, fundadores del Teatro delle Albe, sois casados desde hace 1977. El hecho que este dato aparece en tu curriculum nos sugiere que vuestro connubio ha sido determinante para el nacimiento y el crecimiento de vuestra compañia. No te voy a preguntar quién de los dos, en vuestra cama conyugal, duerme en el lado derecho y quién en el lado izquierdo, pero sí me interesa conocer cómo compartéis los espacios de la intimidad onírica.
MM: No puedo explicarlo. Es una alquimia inexplicable para mí también. Sólo puedo vivirla, cruzarla y dejarme atravesar por ella. Y no sería capaz de explicar tampoco a mí mismo donde empieza el teatro y donde termina la vida, porque de manera misteriosa en nuestra experciencia los dos coinciden. Es cierto, Ermanna y yo somos muy diferentes, y tal vez es por esa razón que desde el día de nuestra boda seguimos atraídos el uno de la otra como hierro e imán.
SA: Ravenna Teatro es un “Teatro stabile di innovazione”. ¿Cómo es posible que una verdadera institución como un teatro de repertorio se defina “corsaria”? MM: Porque nuestra mentalidad es la misma que teníamos cuando éramos un grupo independiente, que no quiere renunciar al radicalismo de su propio arte. Porque construir “cultivo teatral” en la ciudad es como construir una obra, es un desafío muy alto. Porque tenemos todos (directores, actores, organizadores, técnicos) el mismo sueldo, un sueldo de obreros: esta ha sido nuestra elección, como cuando éramos cuatro personas y ahora somos 35. Porque nunca nos medimos con las palabras que pronunciamos sino con las acciones que relizamos (nos gusta mucho especialmente la Lettera de San Giacomo ...). Porque no existen economía ni arte que puedan prescindir de la ética. Porque mi derecho a la felicidad coincide con mi deber a la búsqueda de la felicidad de los otros también. Porque por ninguna razón hay que vender el alma al diablo.
SA: En el Noboalfabeto inventado por Ermanna y tú, un manifiesto de vuestra manera de pensar el teatro, la palabra que corresponde a la letra L es “local”: “el trocito de tierra, la minuzzaria que nos ha echado afuera y que nos llevamos adentro. Locales son los autores cuando éran adolescentes, es decir unos nadies llenos de fantasías, y no había críticos ni espectadores que le exaltaran”. Ahora que desde hace muchos años ya te has vuelto en columna de nuestro teatro nacional y has recibido muchos premios prestigiosos en todo el mundo (no los repito aquí como en vuestra misma página web los llamáis “Vanitas vanitatum”...), ¿qué es lo que guardas del autor adolescente de un tiempo?
MM: Encanecemos. La fuerza física dismunuye. Unos achaques, el menisco... Y entonces? Cada uno de nostros es un fuego que arde, como cuando teníamos 15 años. Y el mundo no nos alcanza, como cuando teníamos 15 años. Seguimos soñando la noche, así como seguimos soñando con los ojos abiertos el día. Los premios y los reconocimientos te complacen por un momento, pero un segundo después te paras y dices: y? Está todo aquí? Sientes que lo único verdadero, importante, determinante es seguir ardiendo. Seguir amando, amar la luz del sol y sus sombras, amar a tu amor y a tus compañeros, ver en los ojos de un desconocido tus mismos ojos. El misterio está todo allí, profundo e impenetrable . El arte no es otra cosa que esto: mantener prendida la llama, a pesar del hielo que avanza.
SA: El Teatro delle Albe en 1988 encuentra a Mandiaye N’Diaye, Mor Awa Niang y El Hadji Niang, tres griots senegaleses que participan en la compañia. Nos cuentas ¿cómo vuestro teatro ha cambiado desde ese entonces? MM: Un intero continente ha entrado en nuestra compañia. Ni ensayos de sociología, ni fórmulas, sino un continente concentrado en tres personas: nuestra África han sido Mandiaye, Mor y El Hadiy. La expresión “intercultura” nunca nos ha convencidos: no existen las culturas, en abstracto, sino los hombres y las mujeres que personifican aquellas culturas, con todas sus sorprendentes contradicciones y complejidad. Más bien hemos preferido siempre la expresión mestizaje: tiene el sabor de encuentros reales, carnales, como carnal es el mismo teatro. Danza, dialectos, comicidad, alegorías , religión, santos y místicos, hienas y dictadores, Padres Ubu y Berlusconi y Bokassa: hemos echado todo en el mismo saco alquémico, semejanzas y diferencias. Para descubrir, con mucha sorpresa, con el tiempo, que los burros de la sabana de Mandiaye y aquellos del campo de la Romagna de Ermanna siempre han estado hablando entre ellos, antepasados tótemes que velan sobre nuestro teatro. Hoy Mandiaye, aún perteneciendo al Teatro delle Albe, pasa la mayoría de su tiempo en Diol Kadd, en el corazón de Senegal, en el centro teatral que ha fundado allí con sus jóvenes campesinos-actores, los que durante el día trabajan la tierra y por la tarde ensayan sus nuevos espectáculos. Así ha detenido un poco la hemorragia de la emigración, y desde allí conversa con el teatro italiano y europeo: acaso no son estos los hechos que de verdad importan? Acaso hacer política no es exactamente eso?
SA: Esto significa que ¿se puede hacer política gracias al teatro? Se me ocurre una pregunta quizás un poco blasfema: ¿el teatro sirve?
MM: Hacer política es posible cumpliendo cualquier tipo de acción, cualquier trabajo. Siempre hacemos política, si somos teatrantes o campesinos, profesores, periodistas o artesanos: todo depende de “como” hacemos esas cosas. La política se encuentra en aquel “como”. Soy un campesino y trabajo la tierra: ¿tengo cuidado con no contaminarla? ¿Con no matar la tierra con fertilizantes radiactivos? ¿Qué idea tengo de mis campos? ¿Ellos para mí son sólo una fuente de ganancia o también una fuente de belleza para los ojos de quién pasa por allí y los mira? Recibo ayudas de la Unión Europea, ¿las utilizo para llenar mi bolsillo y estafar sin hacer nada de lo que me han pedido o los aprovecho para mejorar la calidad de mi trabajo? ¿Pienso es mejor hacerlo todo por mi cuenta comprando montones de tractores y otra maquinaria o miro en derredor para ver si hay algún jóven entusiasta a quién podría gustar intentar esta maravillosa y antigua aventura, desdeñada por mucha gente, que es el cultivo de la Madre Tierra, para que broten flores y frutos? Todo depende de “como” contestamos a las diferentes preguntas que nuestro trabajo nos pone delante, cualquier fuera nuestro trabajo. Depende siempre de nuestras acciones concretas, más que de nuestras palabras, esas a menudo son como humo en los ojos, todo el mundo es capaz de pronunciarlas, los listos y los bandidos también, los listos y los bandidos sobretodo, mientras las acciones son un terreno sobre el cual no se pueden hacer trampas. Tu pregunta no es blasfema y mi respuesta es cierta: el teatro sirve. Como una buena línea ferroviaria, como una flor. Desempeña un papel muy importante en la necesidad excesiva y cotidiana de belleza, visión y felicidad que todos tenemos.
SA: Hoy a menudo escuchamos acerca de frío y de invierno que se cierne, no sólo en ámbito teatral y cultural sino también en lo social y económico. ¿Compartes este miedo hacia esa supuesta mala estación a las puertas? A menudo me pregunto si cada época ande acompañada por la sensación de una inminente mala estación, o si el peligro que sentimos hoy sea algo único, algo que nunca ha pasado antes. MM: Nosotros y nuestra época no somos privilegiados del horror. Si miramos nuestro pasado, ¿cuántas “bellas épocas” ha vivido la humanidad? Siempre hubo guerras, carestías, pestilencias y miserias. Y aunque en los últimos 50 años Italia (aquí estamos) ha vivido un periodo bastante largo de “paz y bienestar”, esta paz y este bienestar los estamos pagando, por lo menos desde 30 años, desde el principio del régimen de Berlusconi, régimen televisivo antes y televisivo-político después, por lo que se refiere a la descerebración colectiva. Hay mucho que hacer, que rehacer, como si fuéramos en un país destruido por la guerra: hay mucho que inventar. Hay lugares que necesitan vivir y respirar, ser fortalecidos con encuentros entre generaciones y obras y visiones, de arte y pedagogía, de cultura verdadera. En la época de los “no lugares”, tenemos que “hacernos lugar”.
SA: Entre los proyectos más recientes del Teatro delle Albe hay “Ravenna-Mazara 2010” (un taller con un grupo de adolescentes italianos y tunisinos de la ciudad siciliana sobre Los perseguidores de Sófocles, el espectáculo Rumore di acque y un documental de Alessandro Renda). ¿Por qué habéis decidido recorrer este puente hasta Mazara?
MM: Ha sido una idea de Ravenna Teatro. También porque nosotros solemos ir adonde nos llaman: siempre hay alguien que desea la non-scuola como germen edpidémico en su tierra, y nosotros lo valuamos todo: nuestras fuerzas, las calidades de quien nos llama, la situación en la cual trabajaríamos. Cristina Palumbo nos ha llamado de Venezia desde la Fondazione di Venezia, en Lamezia Terme ha sido el recién elegido concejal de cultura Tano Grasso (también presidente de Antiracket nacional), en Chicago en 2005 Tom Simpson, un profesor universitario y traductor de la dramaturgia italiana en USA. Por lo que se refiere a Mazara, Ravenna Festival se ha juntado con el obispo de Mazara, Domenico Mogavero, ojalá todos los obispos fueran como él, un verdadero testigo del Evangelio. Conocían nuestro trabajo en Scampia, nos han pedido trabajar en Mazara con adolescentes sicilianos y tunisinos. Enseguida me enamoré de Mazara: la luz, el mar, la casbah, África en frente, los estratos árabes y normandos, el asombroso satiro danzante, los ojos de alabastro vueltos al revés por el éxstasis, el tirso en la mano, una estatua pescada en los abismos, antiguo testimonio de Dioniso, el diós que une la cultura mediterranea, aquella cultura que desde lo profundo de Sicilia llega sino a nuestra bizantina Ravenna.
Y por dos años Ermanna, Alessandro Renda, que tiene sangre de Mazara, y yo nos íbamos allí y creamos este puente Ravenna-Mazara, articulado en el trío que has descrito. A partir de ese proyecto hemos sacado un Sófocles con danza del vientre, en salsa tunisina, pero también un texto mío, Rumore di acque, que no nacería sin aquella estancia, porque su fuente han sido los encuentros con personas que habían intentado cruzar el Canal de Sicilia, y sus cuentos acerca de los amigos y familiares que han muerto en ese mar. En cierto sentido los puentes entre Ravenna y las otras ciudades, inclusa Mazara, son un regalo, algo inesperado en nuestro camino: tenemos muchos puentes que preparar, algunos de ellos más completos que otros, y todos son puentes que crean una geografía de los afectos y de las obras, juntan en nuestra visión esta Italia tan dividida , hacen que los muchos dialectos de la península, encarnados en las caras, en las voces y en los cuerpos de los adolescentes, resuenen en nuestras orejas. Los puentes son diálogos formicantes, incrustaciones de lenguas y deseos: no sabemos cual será el sieguiente.
SA: En 1991 Maurizio Lupinelli y tú habéis empezado unos talleres teatrales en las escuelas. Entonces nació la non-scuola, una experiencia teatral y pedagógica que, aún rechazando los fundamentos de la institución escolar, busca acercarse a ellos. Es así que en la non-scuola existen los conceptos de disciplina y de dogma. Puedes explicarnos esta conexión extravagante? MM: El “dogma” en el Noboalfabeto es la energía de los adolescentes, es decir lo más sacro adentro de la non-scuola, sin ella no podemos ni hablar de la non-scuola, por otra parte nada está más lejos de una concepción de tipo estático y dogmático. Una paradoja, si queremos. La “disciplina”, en cambio, es esencial para alejar la idea de non-scuola de un malentendido espontaneísmo, de aquella ligereza que baja el nivel de trabajo e impide los sueños: si el teatro es un juego serio, necesitamos reglas compartidas y una disciplina acalorada, capaces de derribar las reglas pasadas y falsas, tardas concepciones de la disciplina. Ermanna y yo hemos escrito el Noboalfabeto después de 10 años de non-scuola: aquellas “letras” no han sido programadas en teoría, sino más bien son el fruto de la observación durante diez años de práctica.
SA: En la última edición de Santarcangelo Festival Eresia della felicità. Creazione a cielo aperto per Vladimir Majakovskij ha sido un éxito. Cada día por tres horas desde el 8 hasta el 17 de julio, doscientos chicos de todo el mundo, repartidos en 12 grupos/tribus se han encontrado bajo tu guía en un taller acerca del personaje de Majakovskij. Tiene que haber sido una experiencia muy fuerte. ¿Qué fue lo que sentiste cuando, después del Festival, te has encontrado solo? Tus textos y tu manera de trabajar revelan a menudo la “alegría de ser coro”, la felicidad que se libera en la condivisión. ¿Qué es lo que pasa después, cuando te encuentras solo? MM: ¡Por suerte algunas veces nos encontramos solos! Si estuviéramos siempre todos juntos me volvería loco. Yo amo las noches en que estoy solo conmigo mismo y con el enigma del universo. Siempre he amado aquellas noches, en las que me entrego a la creación, al ruego (que son lo mismo: ambas son preguntas, interrogaciones sobre el misterio en que estamos sumergidos). La noche para mí es a menudo el espacio de la escritura. La noche lleva silencio, preñado de peces como lo más profundo de los océanos. Y por otro lado ¿cómo renunciar a la embriaguez de los muchos, de los más pequeños, del coro de los pequeños burros, de sus lenguas desafinadas y excitantes? ¿Cómo renunciar a su alegría eléctrica? ¿A ese alboroto? ¿A esa arena que es el escenario? Es una suerte que la vida nos deje probar esta péndula .
SA: ¿En qué sentido la felicidad es herética?
MM: Porque la elegimos. La palabra “herejía” significa “elección”. Yo elijo y esto me echa afuera del montón de todos los quienes no eligen, creen en la publicidad, la Biblia de nuestros tiempos: dinero, coches, poder. Y los cuerpos femeninos y masculinos a nuestros pies. Es esto lo que nos propone la ortodoxia de nuestro tiempo, quizás de todos los tiempos. La felicidad verdadera es otra cosa. Y hay que tener el coraje, la ingenuidad, la pasión, la santa locura de escogerla. Y además, mirando bien, esa locura tiene mucha lógica.
SA: ¿Por qué has elegido a Majakovskij como objeto de estudio ( y de “masacre”) de la non-scuola en Santarcangelo? MM: Ermanna lo ha elegido para mí. Cuando ella se ha vuelto directora del Festival, me propuso reunir en Santarcangelo todas las tribus del Teatro delle Albe diseminadas por el mundo. Yo al principio pensaba utilizar Aristófanes, mi antepasado tótem, normalmente suelo recurrir a él para empezar una non-scuola en una nueva ciudad. En cambio Ermanna me propuso Majakovskij: y no un texto teatral, conforme a las costumbres de la non-scuola, sino los poemas del jóven Majakovskij, revolucionario antes que brotara la revolución. Una decisión acertada.
SA: A la letra R del Noboalfabeto corresponde la palabra “Ragazzini” (‘chicos’). “No, los chicos no van a salvar el mundo, pero quizás pueden, tienen que intentar salvar a sí mismos del mundo. Y nosotros junto a ellos”. ¿En qué sentido hablas de salvación DEL mundo? Cuando dices “nosotros” ¿te refieres a los adultos? Y, si es así, ¿por qué no organizas una non-scuola para estos pobres gafados también?
MM: Buena pregunta. Me refiero al mecanismo diabólico que obliga a muchos adultos a perder su belleza: y no hablo acerca de gimnasios y cirujía estética. Hablo de la única belleza verdadera, aquella por la cual podemos decir “es una bella persona”. Hay un mecanismo que apaga los corazones y el cerebro. Nos empuja a rendirnos. Aquel mecanismo que nos deja decir: “no hay nada que hacer, siempre habrá guerras”. Aquel mecanismo que “basta ya con ilusiones: sexo, dinero y poder, no hay nada más!”. Aquel mecanismo que nos hace sentir “pobres gafados”: ¿por qué? Con hacernos sentir así ese mecanismo ya nos ha vencido! Si luchamos contra ese mecanismo tentacular, contra esa sanguijuela monstruosa que nos quiere resignados, si abrimos los ojos a la belleza que todavía, a pesar de todo, nos rodea, entonces nuestros días tendrán sentido. Ahí se encuentran las cosas que necesitamos hacer, las injusticias que tenemos que sanar, las bellas acciones que tenemos que cumplir. Ética y estética juntas, ellas son el camino, el único camino para intentar “salvarnos del mundo”. Es así que un adulto puede inventar por sí mismo su propia non-scuola.
SA: En los últimos meses de 2011 has estado en Lamezia Terme por otra cita con la non-scuola, Capusutta, un taller llevado a cabo junto a la asociación Punta Corsara. Las asambleístas de Aristófanes, resultado de meses de trabajo, ha llegado hasta a Roma, el 16 de diciembre, sobre el escenario del Teatro Valle Ocupado. Ha sido un enorme éxito, sobretodo para los pequeños 60 actores. Hemos seguido tu diario on-line de Capusutta y parece que el taller ha encontrado unos problemas a lo largo de su camino, sobretodo después la dimisión del concejal de cultura Tano Grasso, que había luchado mucho para la realización de esa non-scuola en Lamezia. ¿Nos cuentas lo que ha pasado? MM: No es que no quiera contestarte, ha sido un recorrido tan complejo... una aventura fascinante y al final todo un éxito, que sin embargo ha encontrado también muchos obstáculos y boicoteos. Que han tenido como resultado la dimisión de Tano Grasso: no habrá sido la única razón, pero algo de lo que ha pasado contra Capusutta ha influido. Es difícil hacer un resumen en pocas líneas. Puedo sólo decirte que la obstinación de todos los participantes al taller y la de muchas “bellas personas” que he conocido en Lamezia, desde Rosy de Sensi hasta Dario Natale, hasta el alcalde Gianni Speranza, ha permitido que Las asembleístas estrenara en Lamezia como en Roma, arrastrando a todo el mundo con su Aristófanes indignado, su comicidad a la vez arcaica y presente. Para conocer toda su historia en los detalles invito a todos los lectores de SuccoAcido a leer doppiozero.com, una revista que está en armonía con SuccoAcido. Una página web muy bonita e importante, capaz de tratar los temas más “pesados” con la agilidad de los guerreros orientales. Especialmente invito a leer mi blog, CAPUSUTTA, que en 2012 ha transformado su título en NON-SCUOLA, porque allí voy a contar durante todo el año de las varias non-scuola que iré haciendo en todo el mundo, empezando por Eresia della felicità en Venezia, un proyecto que estrenará a finales de marzo.
SA: Tienes aquí mi última pregunta, Marco. En Siamo asini o pedanti?, escrito en 1989, escribías: “Sí, soy un burro/ y no logro/ no echar/ lágrimas ...”. ¿Lloras todavía?
MM: Sí. Como Fatima en Siamo asini o pedanti?, me sigo conmoviendo a menudo. Me conmueven muchas situaciones reales, porque hace falta poco, hace falta mirar la realidad, la cara de un bordonero en la estación, el encanto de un niño delante su propia sombra, una madre que arrastra a sus hijos que gritan y patean y logra hacerlo con gracia, con la sonrisa, y aquella visión me lleva lejos, o un extranjero enfrascado y silencioso en una tierra que no es suya, en la encrucijada entre dos lenguas, dos mundos, despistado, metido en lo desconocido. Pero también me pasa de conmoverme en el cine, cuando miro la televisión, aunque sean películas de nada, que podría avergonzarme con decirte sus títulos. Puede que todo el tiempo estás notando sus defectos, el bajo nivel artístico, el producto comercial, y luego de repente llega un diálogo que te toca en lo profundo, no sabes bien porque eso pasa pero está pasando, esas palabras hacen brecha en tu corazón y tus defensas se derrumban y los ojos se mojan y yo me emociono. Como un idiota. Como un pobre burrito.
Marco Martinelli / Teatro delle Albe
Se penso al ruolo maestro /allievo mi vengono in mente due immagini. Una è quella dei due giovani pesci della storiella raccontata da David Foster Wallace agli studenti neo laureati del Kenyon College: “Ci sono due giovani pesci che nuotano uno vicino all’altro e incontrano un pesce più anziano che, nuotando in direzione opposta, fa loro un cenno di saluto e poi dice: Buongiorno ragazzi. Com’è l’acqua? I due giovani pesci continuano a nuotare per un po’, e poi uno dei due guarda l’altro e gli chiede: Ma cosa diavolo è l’acqua?”. L’altra immagine è quella di Marco Martinelli che, agile e sorridente, interamente vestito di nero, guida 200 asinelli, 200 ragazzini dalle bluse gialle, i quali declamano a gran voce i versi di Vladimir Majakovskij: “Ascoltate/ si accendono le stelle/ significa che qualcuno vuole che ci siano/ significa che qualcuno ne ha bisogno/ significa che qualcuno chiama perle/ questi piccoli sputi”. L’acqua e le stelle sono parte della realtà in cui viviamo, sono essi stessi la realtà. La prima possiamo toccarla, berla, vi ci possiamo immergere e annegare, ma non per questo ci è dato sempre di comprenderla. I pesciolini della storia di Wallace ci sguazzano dentro eppure non sanno nemmeno che esiste. Il maestro li aiuta a porsi una domanda fondamentale e da quell’incontro in poi, probabilmente, la loro vita non sarà più la stessa. Le stelle non possiamo toccarle eppure le osserviamo la notte risplendere nel cielo nero e, come tanti altri elementi della natura ma forse più di tutti gli altri, ci avvicinano a un mondo lontano dal nostro, la loro bellezza luminosa nutre la nostra fame di infinito. Il maestro guida il suo allievo tra i sentieri multiformi della realtà, non gli dice il significato delle cose né gli impone di seguirlo. Non gli urla dietro le sue verità. Il maestro dona al suo allievo gli strumenti affinché egli stesso possa interpretare la realtà in maniera personale; ma tale interpretazione non può prescindere dall’osservazione. Il maestro insegna a guardare tutte le cose che ci circondano. Lo strumento che suggerisce il maestro Marco Martinelli ai suoi allievi affinché possano osservare e interpretare la realtà in maniera quanto più libera possibile è il teatro. E l’interpretazione non sarà mai la stessa poiché non ci sono regole e tutto può essere messo sottosopra. Il Teatro delle Albe, oggi, colpisce proprio perché, nonostante non si possa classificare come underground, conserva una capacità eversiva potentissima. Il suo humus è la realtà e la sua aspirazione l’infinito. Un teatro che sta con i piedi ammollo, immersi nell’acqua della pianura padana, e la testa nel cielo pieno di perle. Un teatro che parte da Aristofane, Sofocle, Matteo Maria Boiardo e Rosvita di Gandersheim per arrivare lontano, fino a Jasmine che racconta, con gli occhi bassi, l’irripetibile traversata in barca dalle coste dell’Africa settentrionale a quelle della Sicilia. Un teatro che, pur cosciente del pericolo di incorrere in una sconfitta, non rinuncia alla ricerca del senso delle cose e del teatro stesso. Per conoscere Marco Martinelli, Ermanna Montanari e tutto il Teatro delle Albe non dovrebbe essere necessario andare fino a Ravenna. I loro spettacoli dovrebbero essere presenti nei cartelloni di tutti i teatri stabili e instabili della penisola e oltre perché, come i versi di Majakovskij (e citando gli stessi), sono “appuntiti/ e indispensabili/ come stuzzicadenti”.
SA: Ciao Marco. Ti va di presentare te e il Teatro delle Albe ai lettori di SuccoAcido?
MM: Siamo una compagnia nata a Ravenna nel 1983. L’abbiamo fondata in quattro: io, Ermanna Montanari, Luigi Dadina, Marcella Nonni. Siamo ancora insieme, ma non siamo più quattro, siamo in 35 e dalle Albe è nata Ravenna Teatro. Tra poco compiremo trent’anni, che sono un bel traguardo. Ci piace la fedeltà, il dare fiducia, a patto che si sia ancora svegli e innamorati, che si ami ancora rischiare, mettersi in gioco, ascoltare le canzoni dei più piccoli, dediti ancora al cammino infuocato dall’idea all’opera.
SA: Perché Teatro delle Albe? MM: Il nome è importante, è un marchio, è una bandiera, e noi volevamo un nome che fosse un segno di vita. Troppa morte attorno a noi, troppa decadenza, nell’arte come nella società. La vita si ribella, e grida, e canta il suo diritto alla felicità. Il teatro è il suo medium.
SA: Tu ed Ermanna Montanari, cofondatrice del Teatro delle Albe, siete sposati dal 1977. Il fatto che questo dato appaia sul tuo curriculum ci suggerisce che il vostro connubio è stato determinante per la nascita e la crescita delle Albe. Non ti chiederò chi dei due, nel letto coniugale, dorme a destra e chi a sinistra, ma sì mi interessa sapere come condividete gli spazi dell’intimità onirica.
MM: Non te lo so spiegare. È un’alchimia che anche per me è inspiegabile. Posso solo viverla, attraversarla e esserne attraversato. E non saprei spiegare neanche a me stesso dove comincia il teatro o dove finisce la vita, perché in maniera misteriosa nella nostra esperienza coincidono. Certo, siamo molto diversi, Ermanna ed io, e forse proprio per questo dal giorno delle nostre nozze continuiamo ad attrarci come un ferro con la calamita. Essendo entrambi ferro, entrambi calamita.
SA: Ravenna Teatro è un “Teatro stabile di innovazione”. In che modo un’istituzione vera e propria come un teatro stabile può autodefinirsi “corsara”?
MM: Perché la nostra mentalità è rimasta quella del gruppo indipendente, che non intende rinunciare alla radicalità della propria arte. Perché costruire “coltura teatrale” in città è come costruire un’opera, è una scommessa altissima. Perché abbiamo tutti (direttori, attori, organizzatori, tecnici) lo stesso stipendio, uno stipendio operaio: per scelta, come quando eravamo in quattro, e ora siamo in 35. Perché ci misuriamo sempre non sulle parole che pronunciamo, ma sulle azioni che realizziamo (amiamo in particolare la Lettera di San Giacomo …). Perché non c’è economia né arte che possano prescindere dall’etica. Perché il mio diritto alla felicità coincide con il mio dovere a cercare anche la felicità degli altri. Perché per niente al mondo, neanche per il mondo intero, bisogna vendere l’anima al diavolo.
SA: La parola corrispondente alle lettera L del Noboalfabeto inventato da te ed Ermanna, una sorta di manifesto del vostro modo di intendere il teatro, è “locali”: “il pezzetto di terra, la minuzzaria che ci ha sputato fuori e ci portiamo appresso. Locali sta per gli autori quando erano adolescenti, ovvero dei nessuno pieni di fantasie, e non c’erano critici né spettatori a esaltarli”. Adesso che, da tanti anni ormai, sei diventato una colonna per il nostro teatro e hai ricevuto numerosi e prestigiosi premi in tutto il mondo (non li elenco visto che sul vostro stesso sito sono definiti “Vanitas vanitatum”…), cosa conservi dell’autore adolescente che eri un tempo?
MM: I capelli diventano bianchi. La forza fisica diminuisce. Qualche acciacco, il menisco, etc. E allora? Ognuno di noi è un fuoco che brucia, come quando avevamo 15 anni. E il mondo non ci basta, come quando avevamo 15 anni. Continuiamo a sognare, la notte, sogniamo ancora ad occhi aperti durante il giorno. I premi e i riconoscimenti ti appagano sul momento, ma un attimo dopo ti fermi e ti dici: embè? Tutto qui? E senti che l’unica cosa vera, importante, decisiva, è continuare a bruciare. Ad amare, amare la luce e le sue ombre, amare il tuo amore e i tuoi compagni, vedere negli occhi di colui che non conosci i tuoi stessi occhi. Il mistero è tutto lì, profondo e impenetrabile. L’arte non è che questo: mantenere accesa la fiamma, nonostante il gelo che avanza.
SA: Il Teatro delle Albe nel 1988 incontra Mandiaye N’Diaye, Mor Awa Niang e El Hadji Niang, tre griots senegalesi che entrano a far parte della compagnia. Ci racconti com’è cambiato il vostro teatro da quel momento?
MM: Ci è entrato in compagnia un continente intero. Non dei saggi di sociologia, non delle formule, ma un continente in tre persone: la nostra Africa sono stati Mandiaye, Mor e El Hadiy. L’espressione “intercultura” non ci ha mai convinto: non esistono le culture, in astratto, esistono gli uomini e le donne che quelle culture incarnano, in tutta la loro sorprendente contraddittorietà e complessità. Abbiamo sempre preferito l’espressione “meticciato”: sa di incontri veri, carnali, come carnale è il teatro. Danza, dialetti, comicità, allegorie, religione, santi e mistici, iene e dittatori, Padri Ubu e Berlusconi e Bokassa: tutto abbiamo scaraventato nel calderone alchemico, somiglianze e differenze. Con la sorpresa di scoprire, nel tempo, che gli asini della savana di Mandiaye e quelli della campagna romagnola di Ermanna si sono sempre parlati, antenati totem che vegliano sul nostro teatro. Oggi Mandiaye, pur restando dentro le Albe, passa il suo tempo soprattutto a Diol Kadd, nel cuore del Senegal, nel centro teatrale che ha fondato con i suoi giovani contadini-attori, che di giorno lavorano la terra e di sera provano i nuovi spettacoli, e così ha fermato l’emorragia dell’emigrazione, e da lì dialoga con il teatro italiano e europeo: non sono questi i fatti che contano? Non è forse questo fare politica?
SA: Questo significa che si può fare politica attraverso il teatro? Mi viene in mente una domanda forse un po’ blasfema: il teatro serve? MM: Ti rispondo che si fa politica attraverso qualsiasi azione che noi compiamo, qualsiasi lavoro. Si fa politica sempre, se si è teatranti o contadini, professori o giornalisti o artigiani: tutto dipende dal “come”. In quel “come” c’è la politica. Sono un contadino e lavoro la terra: bene, sono attento a non inquinare? A non uccidere la terra con concimi radioattivi? Come guardo i miei campi, solo come fonte di guadagno o anche come bellezza che creo per gli occhi di chi passa? Mi arrivano dei contributi dall’Unione Europea, li uso per riempirmi le tasche e truffare e non fare nulla di quel che mi si chiede, o ne approfitto per migliorare la qualità del mio lavoro? Penso che è meglio far tutto da solo riempiendomi di trattori e macchinari vari, o mi guardo attorno per vedere se c’è qualche giovane appassionato cui potrebbe piacere provare a imbarcarsi in questa splendida, antica, da molti snobbata avventura che è la “coltura” della Madre Terra, di far fiorire frutti e fiori? Dipende sempre dal “come” rispondiamo alle specifiche domande che il nostro lavoro ci pone, qualsiasi lavoro facciamo. Dipende sempre dalle azioni concrete, più che dalle parole, quelle spesso non sono che fumo negli occhi, quelle tutti sono capaci di pronunciarle, anche i furbi e i banditi, soprattutto i furbi e i banditi, mentre le azioni sono un terreno sul quale non si può barare. La tua domanda non è blasfema, e la mia risposta sicura: il teatro serve. Come una buona linea ferroviaria, come un fiore. Incide sul bisogno eccessivo e quotidiano che ognuno di noi ha di bellezza, visione, felicità.
SA: È frequente, oggi, sentir parlare di freddo e di inverno che incalza, non solo in ambito teatrale e culturale ma anche in campo sociale ed economico. Condividi il timore di questa brutta stagione alle porte? Mi chiedo spesso se ogni epoca sia accompagnata dalla sensazione di un’imminente brutta stagione, oppure se il pericolo che sentiamo incombere oggi sia una condizione unica, mai vissuta prima. MM: Noi e la nostra epoca non siamo privilegiati dell’orrore. Se ci guardiamo alle spalle, quanti “bei periodi” ha vissuto l’umanità? Non sono sempre stati costanti le guerre, le carestie, i periodi di pestilenze e miserie? E anche se negli ultimi 50 anni l’Italia (qui viviamo) ha vissuto un periodo relativamente lungo di “pace e benessere”, questa pace e questo benessere li stiamo pagando, da almeno 30 anni, dall’inizio del regime berlusconiano, televisivo prima, televisivo-politico poi, in termini di decervellaggio collettivo. C’è tanto da fare, da ricostruire, come un paese che ha subito le distruzioni di una guerra: c’è tanto da inventare. Ci sono luoghi che bisogna far vivere e respirare, nutrirli di incontri tra generazioni e opere e visioni, di arte e pedagogia, di cultura vera. Dobbiamo, nell’epoca dei “non luoghi”, “farci luogo”.
SA: Uno dei progetti più recenti del Teatro delle Albe è stato“Ravenna-Mazara 2010” (un laboratorio con un gruppo di adolescenti italiani e tunisini della città siciliana sui Cercatori di tracce di Sofocle, lo spettacolo Rumore di acque e un documentario di Alessandro Renda). Come mai la scelta di percorrere questo ponte fino a Mazara?
MM: E’ stata un’idea di Ravenna Festival. Anche perché noi, in un certo senso, andiamo dove ci chiamano: c’è sempre qualcuno che desidera la non-scuola come germe epidemico nella sua terra, e noi valutiamo tutto, le nostre forze, la qualità di chi ci interpella, la situazione in cui si lavorerà. Adesso a Venezia è stata Cristina Palumbo della Fondazione di Venezia a chiamarci, a Lamezia Terme l’appena eletto assessore alla cultura Tano Grasso (anche presidente dell’Antiracket nazionale), a Chicago nel 2005 Tom Simpson, un docente universitario e traduttore negli U.S.A della drammaturgia italiana, etc. Nel caso di Mazara si sono messi insieme il Ravenna Festival e il vescovo di Mazara, Domenico Mogavero, un vescovo che ce ne fossero, un vero testimone del Vangelo. Sapevano del lavoro fatto a Scampia, ci hanno chiesto di lavorare a Mazara con adolescenti siciliani e tunisini. È una città di cui mi sono innamorato subito: la luce, il mare, la casbah, l’Africa di fronte, gli strati arabi e normanni, lo sconvolgente satiro danzante, gli occhi di alabastro rovesciati nell’estasi, il tirso in mano, una statua pescata negli abissi, antica testimonianza del Dioniso che univa la nostra cultura mediterranea, quella cultura che dal fondo della Sicilia arriva fino alla nostra bizantina Ravenna. E sono andato per due anni lì, insieme a Ermanna e Alessandro Renda, che è di sangue mazarese, e abbiamo creato questo ponte Ravenna-Mazara, articolato nel trittico che hai descritto. Ne è venuto fuori un Sofocle alla danza del ventre, in salsa tunisina, ma anche un mio testo, appunto il Rumore di acque da te citato, che non sarebbe nato se non ci fosse stata quella permanenza, perché la sua fonte sono stati i racconti di persone che avevano tentato la traversata del Canale di Sicilia, e i loro racconti a proposito degli amici e parenti che in quel mare avevano lasciato la vita. In un certo senso, i ponti tra Ravenna e le altre città, Mazara compresa, sono un dono, un inatteso nel nostro cammino: ne abbiamo già tanti in allestimento, chi più compiuto chi meno, e sono tutti ponti che creano una geografia degli affetti e delle opere, che legano nella nostra visione questa Italia disunita, che ci fanno risuonare nelle orecchie i tanti dialetti della penisola, incarnati in volti e voci e corpi degli adolescenti. I ponti sono dialoghi formicolanti, intarsi di lingue e desideri: non sappiamo quale sarà il prossimo.
SA: Nel 1991 tu e Maurizio Lupinelli avete iniziato a tenere dei laboratori teatrali nei licei. È allora che nasce la non-scuola, un’esperienza teatrale e pedagogica che, pur rifiutando i cardini dell’istituzione scolastica, ne cerca un avvicinamento. Tant’è che perfino nella non-scuola esiste il concetto di disciplina e di dogma. Come avviene questo bizzarro accoppiamento?
MM: Il “dogma” nel Noboalfabeto è l’energia degli adolescenti, quindi la cosa più sacra che ci sia nella non-scuola, senza la quale non si può neanche parlare di non-scuola, d’altra parte la realtà più lontana che ci sia da una concezione statica e dogmatica. Un paradosso, se si vuole. La “disciplina” invece è fondante per allontanare ogni idea di non-scuola da un malinteso spontaneismo, da quella faciloneria che abbassa il tiro e impedisce di sognare: se il teatro è un gioco serio, ci vogliono regole condivise e una disciplina infuocata, capaci di rovesciare le regole stantie e una falsa, stitica concezione della disciplina. D’altronde io e Ermanna abbiamo scritto il Noboalfabeto dopo dieci anni di non-scuola: quelle “lettere” non sono un programma a tavolino, sono il frutto dell’osservazione di dieci anni di pratica.
SA: Nell’ultima edizione di Santarcangelo Festival Eresia della felicità. Creazione a cielo aperto per Vladimir Majakovskij ha avuto un enorme successo. Ogni giorno per tre ore al giorno dall’8 al 17 luglio duecento ragazzini provenienti da tutto il mondo e suddivisi in 12 gruppi/tribù si sono incontrati dietro la tua guida per un laboratorio intorno alla figura di Majakovskij. Deve essersi trattato di un’esperienza molto forte. Cosa hai provato quando, finito il Festival, ti sei ritrovato da solo? Dai tuoi testi e dal tuo modo di lavorare spesso trapela “l’allegria di essere coro”, la felicità che si sprigiona nella condivisione. Cosa succede poi quando ci si ritrova soli?
MM: Per fortuna che a un certo punto ci si ritrova soli! Stare sempre tutti insieme, roba da impazzire. Io amo le notti in cui mi ritrovo solo con me stesso, e con l’enigma dell’universo. Ho sempre amato quelle notti, in cui si fa spazio alla creazione, alla preghiera (che sono la stessa cosa: sono entrambe domande, interrogazioni sul mistero in cui siamo immersi). La notte per me è spesso lo spazio della scrittura. La notte possiede il silenzio, gravido di pesci come il più fondo degli oceani. E d’altra parte come rinunciare all’ebbrezza dei molti, dei piccoli, del coro degli asinelli, dello loro lingue stonate e eccitanti? Come rinunciare a quell’allegria elettrica? A quel tumulto? A quella arena che è il palco? Per fortuna che la vita ci fa percorrere questo pendolo.
SA: In che senso la felicità è eretica? MM: Perché si sceglie. La parola “eresia” significa “scelta”. Io scelgo, e questo mi toglie dal gregge di chi non sceglie, di chi crede alla pubblicità, la Bibbia del nostro tempo: soldi, automobili, potere. E i corpi femminili o maschili ai nostri piedi. Questo propone l’ortodossia del nostro tempo, forse di tutti i tempi. La vera felicità è un’altra. E quella bisogna avere il coraggio, l’ingenuità, la passione, la santa follia di sceglierla. Che poi, a guardarci bene, una sua logica ce l’ha, eccome se ce l’ha.
SA: Come mai hai scelto Majakovskij come oggetto di studio (e di “massacro”) della non-scuola a Santarcangelo? MM: L’ha scelto Ermanna per me. Quando è diventata direttrice del Festival, mi ha proposto di radunare a Santarcangelo tutte le tribù seminate dalle Albe in giro per il mondo. Io all’inizio pensavo ad Aristofane, il mio antenato totem, spesso ricorro a lui per iniziare una non-scuola in una nuova città. Ermanna invece mi ha proposto Majakovskij, e non un suo testo teatrale, come si usa normalmente nella non-scuola, mi ha proposto di lavorare sulle liriche del giovane Majakovskij, rivoluzionario prima della rivoluzione. E la scelta si è rivelata più che azzeccata.
SA: Alla lettera R del Noboalfabeto corrisponde la parola “Ragazzini”: “No, i ragazzini non salveranno il mondo, ma forse possono, devono provare a salvarsi dal mondo. E noi con loro”. In che senso parli di salvezza DAL mondo? Parlando di noi, ti riferisci forse agli adulti? E in questo caso, perché non organizzare una non-scuola anche per questi poveri sfigati?
MM: Bella domanda. Mi riferisco a quel meccanismo diabolico che costringe tanti adulti a perdere la loro bellezza: e non sto parlando di questioni da palestra e chirurgia estetica. Parlo dell’unica bellezza che conta, quella per cui si dice “è una bella persona”. Quel meccanismo che ingrigisce i cuori e spegne i cervelli. Quello staccare la spina. Quel meccanismo che ti porta a lavorare per vivere, ma alla fine non vivi davvero più se “vivi per lavorare”. Quel meccanismo che fa dire “non c’è niente da fare, la guerra ci sarà sempre”. Quel meccanismo che “smettetela di illudervi, sesso e danaro e potere, non c’è altro!”. Quel meccanismo che ci fa sentire “poveri sfigati”: perché? È già nel farci sentire così che il meccanismo ti vince! Se combattiamo quel meccanismo tentacolare, quella piovra mostruosa che ci vuole rassegnati, se apriamo gli occhi a quanta bellezza è ancora, nonostante tutto, sotto i nostri occhi, ecco che la giornata acquista un senso. Ecco che si trovano le cose da fare, eccome se si trovano, le ingiustizie da risanare come le belle azioni da compiere. Etica e estetica insieme, sono la via, l’unica, per provare a “salvarci dal mondo”. Ecco che la non-scuola un adulto se la può inventare da sé.
SA: Negli ultimi mesi del 2011 sei stato a Lamezia Terme per Capusutta, un altro appuntamento con la non-scuola portato avanti insieme all’associazione Punta Corsara. Donne al Parlamento di Aristofane, prodotto dei mesi di lavoro, è arrivato persino a Roma, il 16 dicembre, sul palco del Teatro Valle Occupato. È un bellissimo successo, soprattutto per i piccoli 60 attori. Abbiamo seguito il tuo diario on-line di Capusutta e a quanto pare il laboratorio ha incontrato qualche problema lungo il cammino in seguito anche alle dimissioni dell’Assessore alla Cultura Tano Grasso, il quale aveva voluto fortemente la realizzazione di questo laboratorio a Lamezia. Ci racconti cos’è avvenuto?
MM: Non è che non ti voglio rispondere, ma è stato un percorso talmente complesso … un’avventura affascinante e alla fine riuscita, che però ha anche incontrato ostacoli e boicottaggi. Che sono costati le dimissioni a Tano Grasso: non sarà stato l’unico motivo, ma qualcosa di quello che è avvenuto contro Capusutta ha pesato. E allora faccio fatica a riassumere in poche righe. Posso solo dirti qui che l’ostinazione di tutti i capusuttini , e di tante “belle persone” che ho conosciuto a Lamezia, da Rosy de Sensi a Dario Natale, fino al Sindaco Gianni Speranza, ha fatto sì che Donne al Parlamento sia andato in scena, a Lamezia e a Roma, travolgendo tutti con il suo Aristofane indignato, la sua comicità allo stesso tempo arcaica e presente. Per il racconto dettagliato rimando tutti i lettori di SuccoAcido a una rivista che con SuccoAcido ha grande sintonia, intendo doppio zero.com, un sito molto bello e importante, capace di trattare temi “pesanti” con agilità da guerrieri orientali, e in particolare al mio blog CAPUSUTTA che nel 2012 trasformerà il suo titolo in NON-SCUOLA, perché vi racconterò tutto l’anno delle varie non-scuole che accenderemo in giro per l’Italia e per il mondo, a cominciare da Venezia e da Eresia della felicità a Venezia, un progetto che debutterà a fine marzo.
SA: L’ultima domanda, Marco. In Siamo asini o pedanti?, scritto nel 1989, scrivevi: “Sì, sono un asino/ e non riesco/ a non versare/ lacrime …”. Ti capita ancora di avere gli occhi lucidi?
MM: Sì. Un po’ come Fatima in Siamo asini o pedanti?, continuo a commuovermi spesso. Mi commuovono tante situazioni reali, perché basta poco, basta guardarla la realtà, il volto di un barbone alla stazione, l’incanto di un bambino davanti alla sua ombra, una madre che trascina i suoi piccoli che gridano e pestano i piedi e riesce a farlo ancora con grazia, sorridendo, e quella visione ti trasporta lontano, oppure uno straniero assorto e silenzioso in una terra che non è la sua, al bivio di due lingue, di due mondi, spaesato, alle prese con l’ignoto. Ma mi capita ancora di commuovermi al cinema, ma anche guardando la televisione, anche guardando filmetti da poco, che potrei anche vergognarmi a dirti quali. Magari stai lì per tutto il tempo a notare la scarsa fattura, il basso livello d’arte, il prodotto commerciale, etc., poi arriva uno scambio di frasi che comunque ti toccano nel profondo, che non sai bene perché ma accade, quelle parole fanno breccia dentro di te, e le difese crollano, e gli occhi si bagnano, e io mi commuovo. Come un idiota. Come un povero asinello.
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