Dirección: Ana Katz
Protagonistas: Ana Katz (Inés), Carlos Portaluppi (German), Daniel Hendler (Miguel)
Guiòn: Inés Bortagaray
Duraciòn: 90 min
Nacionalidad: Argentina
Año: 2007
Género: Dramático
Distribución: Bodega Films
Producción: Flehner Films, Mediapro


Ana Katz es una joven directora de cine e intérprete argentina ya conocida en Italia para su comedia El juego de la silla, (Premio Mejor Dirección y Mejor Obra Primera en el Festival del Cine Latinoamericano de Trieste en el 2003) en las que se cuenta la historia del joven Victor y de los contrastes que nacen de sus elecciones frente a las aspectativas de la familia.
El cine de la directora pone al centro de sus reflexiones el mundo de los treintañeros de hoy, y lo hace evidenciando una fuerte sensibilidad en desvelar las inseguridades y las ansiedades de una generación que no encuentra más respuestas en sí misma ni tampoco en la rigidez de los modelos consolidados propuestos de la sociedad de hoy y de las generaciones anteriores.
Una novia errante, nuevo largometraje escrito a cuatro manos con la joven guionista uruguaya Inés Bortagaray, sigue el camino ya propuesto en el trabajo anterior cambiando la mirada sobre una joven mujer (interpretada por la directora misma) en llena crisis debida al abandono amoroso. La historia en breve:

Inés (Ana Katz) y Miguel (Daniel Hendler) son una joven pareja que viaja hacia Mar de Las Pampas, un lugar de vacaciones en la cuesta atlántica argentina. En cuanto llegan a destinación Miguel decide no bajar del autobús y dejar a Inés en la parada, abandonándola, la que será obligada a pasar el resto de las vacaciones completamente a solas.
Inés, ahora sola, se encuentra a vagabundear sin meta en la búsqueda de una respuesta en sí misma y en las personas que encontrará, llegando a ser consciente de que el sufrimiento y el disagio son unas condiciones compartidas por todos y de las que es imposible escapar.
En esta óptica la película parece casi una novela de formación al femenino, una búsqueda ansiosa y poco lúcida testimonada por la neurosis de las continuas llamadas al novio, por los repentinos cambios de humor, por la búsqueda de ahogar el propio dolor en un bienestar simulado. La joven directora se preocupa de acompañar por mano a su personaje, mientras a la cámara le da la tarea de desarrollar un papel “materno”: de hecho la cámara sabe estar cerca de ella para comprender sus estados de animo, pero, al mismo tiempo, sabe también alejarse para que ella pueda seguir a solas, para que crezca y afronte los acontecimientos de su vida con la madurez necesaria.
Esta manera tan ligera de representar los asuntos no deja espacio a juicios, se limita a observar, a atestiguar la historia que se desarrolla delante de los ojos del público de manera linear y sin fuertes cambios o tensiones pero que sabe dar señales de reflexión sobre la crisis de identidad de cada uno, una manera de describir que sabe usar los silencios para comunicar más y mejor que si se hiciera con una frase. Hay una mujer tomada con fuerza y analizada a fondo a través de un analisis que se funda en una observación casi fisonómica en la que la mirada está invitada a buscar en las arrugas del rostro y del cuerpo.
Inés, con su centralidad frente a la historia, aparece como una “Penélope errante” pero es un personaje que se aleja de la imagen de la tejedora de la tradición literaria quien, inmóvil delante del telar, espera a un hombre vagabundo. Aquí los papeles son ya invertidos, no hay espacio para las certitumbres o para los esquemas clásicos: el mundo está cambiando continuamente y las dinámicas sociales y familiares imponen la necesidad de nuevos modelos que sepan dar respuestas a las condiciones de vida actuales.
Pero volvamos al teléfono y a las conversaciones entre los dos, ahora, ex-novios para comprender como la comunicación o la falta de esa sea un elemento fundamental dentro de la película y de como el mismo objecto telefónico se convierta en el emblema del fenómeno mismo.
La directora ha afirmado de haberse inspirado a La voz humana, monodrama de Jean Cocteau puesto en escena por Federico Fellini en la película L’amore (1948), construido sobre un único monólogo telefonico de una mujer abandonada por su pareja, en el que es posible recuperar las reflexiones que encontramos dentro de toda la película. En la pieza teatral, como en la película de la joven Katz, se intenta devolver a la palabra todo su sentido convencional, un poco como el “YO-TE-QUIERO” barthesiano, la reiteración de un grito de amor que intenta recuperar aquel significado inicial de la frase ya definitivamente perdido y gastado. Las palabras aparecen inútiles para exprimir los sentimientos probados en estas situaciones, se convierten en elementos que no hacen otra cosa que volver todavía más frustrante la urgencia comunicativa de la mujer.
Los silencios, las largas pausas durante las conversaciones telefonicas restituyen la ansiedad y el afán de la comunicación a través de ese medio, “una arma espantosa que no deja huellas, que no hace ruido”, como ha sido definido por Jean Cocteau en su pieza. Colgar el telèfono imponiendo un silencio es una acción que anula el otro, que proclama un único vencedor, la incapacidad de comunicar.

Regia: Ana Katz
Interpreti: Ana Katz (Inès), Carlos Portaluppi (German), Daniel Hendler (Miguel)
Sceneggiatura: Inès Bortagaray
Durata: 90 min
Nazionalità: Argentina
Anno: 2007
Genere: Drammatico
Distribuzione: Bodega Films
Produzione: Flehner Films, Mediapro

Ana Katz è una giovane regista e interprete argentina già conosciuta in Italia per la sua commedia El juego de la silla, (Premio Miglior Regia e Miglior Opera Prima al Festival del Cinema Latino Americano di Trieste nel 2003) nella quale è narrata la vicenda del giovane Victor e dei contrasti che le sue scelte creano rispetto alle aspettative della famiglia.
Il cinema della regista argentina pone al centro delle sue riflessioni il mondo dei trentenni di oggi, e lo fa rendendo evidente una forte sensibilità nel mettere a nudo le insicurezze e le ansie di una generazione che non trova più risposte in sé tantomeno nella rigidità dei modelli consolidati proposti dalla società di oggi e dalle generazioni precedenti.
Una novia errante, nuovo lungometraggio scritto a quattro mani con la giovane sceneggiatrice uruguayana Inès Bortagaray, continua sul percorso già intrapreso nel lavoro precedente spostando lo sguardo su una giovane donna (interpretata dalla regista stessa) in preda ad una crisi seguita all’abbandono amoroso. La trama in breve:
Inès (Ana Katz) e Miguel (Daniel Hendler) sono una giovane coppia in viaggio verso Mar De Las Pampas, una località di vacanza sulla costa atlantica dell’Argentina. Non appena arrivati a destinazione Miguel decide di lasciare Inès trattenendosi sull’autobus che li ha accompagnati fino a lì, abbandonando di fatto la giovane donna la quale sarà costretta a proseguire da sola il resto della vacanza. Inès, ormai sola, si ritroverà a vagare senza meta alla ricerca di una risposta in sé stessa e nelle persone che incontrerà, giungendo alla consapevolezza che la sofferenza e il disagio sono condizioni condivise da tutti e alle quali non è possibile sottrarsi.
In questa ottica il film appare quasi come un romanzo di formazione al femminile, una ricerca affannata e poco lucida testimoniata dalla nevrosi delle continue chiamate telefoniche all’amato, dai continui cambi di umore, dalla ricerca di affogare il proprio dolore in un benessere simulato. La giovane regista sembra preoccuparsi di tenere per mano il suo personaggio dando alla macchina da presa il compito di assumere un ruolo quasi “materno”: sa starle vicina per comprenderne gli stati d’animo ma sa allo stesso tempo tenerla lontana, lasciarle lo spazio per continuare da sola, per crescere e affrontare le vicende della sua vita con la maturità che le serve. Questa leggerezza di tocco non dà spazio a giudizi, si limita ad osservare, a testimoniare la vicenda che si sviluppa davanti agli occhi dello spettatore in maniera lineare e senza forti sbalzi o tensioni ma che sa dare spunti di riflessione sulla crisi di identità di ognuno, un modo di descrivere che sa utilizzare i silenzi per comunicare più di quanto possa farlo una frase. C’è un una donna presa con forza e passata al setaccio, esaminata a fondo attraverso uno studio che passa da un’osservazione quasi fisionomica in cui lo sguardo è invitato a frugare nelle pieghe del viso e del corpo.
Inès, con la sua centralità rispetto alla storia, appare come una “Penelope errante”, un personaggio lontano dall’immagine della donna tessitrice della tradizione letteraria che la vedeva immobile al suo arcolaio in attesa di un uomo vagabondo. Qui i ruoli sono ormai invertiti, non vi è spazio per le certezze o per gli schemi classici: il mondo è in continuo mutamento e le dinamiche sociali e familiari impongono la necessità di nuovi modelli che sappiano dare risposte alle condizioni di vita attuali.
Ma ritorniamo al telefono e alle conversazioni tra i due ormai ex fidanzati per comprendere quanto la comunicazione o la mancanza di essa sia elemento fondamentale all’interno della pellicola e di come l’apparecchio telefonico diventi simbolo di tale fenomeno. La regista ha dichiarato di aver preso come fonte di ispirazione La voce umana, monodramma di Jean Cocteau ripreso al cinema da Federico Fellini con il film L’amore (1948), tutto costruito su un unico monologo telefonico di una donna abbandonata dal suo uomo, dove è possibile recuperare le riflessioni da cui prende le mosse l’intero film. Nell’opera teatrale, così come nel film della giovane Katz, si cerca di restituire alla parola tutta la sua banale convenzionalità, un po’ come il “IO-TI-AMO” barthesiano, la reiterazione di un grido d’amore che cerca di recuperare quel significato iniziale della frase ormai definitivamente perduto e consumato. Le parole non appaiono utili all’espressione dei sentimenti provati in tali situazioni, diventano elementi convenzionali che non fanno altro che rendere ancora più frustrante l’ urgenza comunicativa della donna.
I silenzi, le lunghe pause durante le conversazioni telefoniche restituiscono l’ansia e l’affanno della comunicazione attraverso tale mezzo, “un’arma spaventosa che non lascia tracce, che non fa rumore”, così come è definito da Jean Cocteau nella sua pièce. Riagganciare il ricevitore imponendo un silenzio è un atto che annienta l’altro, che proclama un unico vincitore, l’incapacità di comunicare.